Tres cucharaditas de sal sobre la levadura... ¡no! son tres de
azúcar para que comience la fermentación. Hacerle piso a la pizza para que
tenga una base crocante en oposición a la superficie, los ñoquis están cuando
flotan sobre el agua hirviendo. El agua hierve a los cien grados ¿no? pegarse
una ducha caliente para aflojar la espalda, descontracturarse. La mesa debiera
tener manteles, aunque sea de plástico. El vino se toma natural, el asado sin
amigos no tiene gracia, ¿el sellar las carnes es un mito? y las comidas sin
condimentos son limitadas. El agasajar es tan importante como la cebolla o el
ajo… ¡También hace al manjar!
Se me cruzó esto en el viaje de vuelta a casa sobre la altura de
Constitución que me pareció un “Reventón”, pero ese está en Once. Me
enorgullecí por estar ampliando mi mapa mental: de Lanús o Avellaneda centro a
Congreso, en el medio Puán y Rivadavia, subte línea A. Después Palermo por
haber combinado en Piedras o Perú con la línea D, habiendo evitado la línea azul
del ramal Retiro-Constitución… Es más práctico (léase productivo) Tirar el
pucho recién prendido porque llegó el colectivo, buscar desesperadamente cinco
centavos faltantes para sacar el boleto son casi una constante como tenerse que
acordar de cepillarse diariamente los dientes para no sangrar las encías.
Dentro de estas cosas enojosas se encuentra el saber que efectivamente la
heladera tendría que llevar un candado. ¡Cuántos carteles luminosos! ¡Cuántos
torsos, vestidos y rodetes, cuántas fotos y modelos desconocidos gigantes!
¡Cuántas palabras en inglés y cuántos puestitos de diarios con revistas de
bomboncitos en pechos devorables, cuántas de historietas y videojuegos y de
cocina naturista y de cosas varias! ¡Cuántas publicidades del cuento corto y cuantificado
con signos de admiración! (léase ¡Cuánto!)
La ventanilla es un portal no sólo del aliento renovable y la
visión al instante sino que además funciona como otra herramienta del consumo
que va recortado ciertos pedazos de la ciudad, tan efectiva pero menos
explícita que el celular y sus juegos, el CD y ahora el vendedor ambulante de
fibrones indelebles para escribir los CD (léase /si-di/) vírgenes que ya
inutilizaron a los disquetes, los casetes de música y hasta los de video; el
radio grabador pasó a ser emblema de la prehistoria en esta reciente comedia
del ¡Cuánto! La cámara digital ¡el tamagonosecuánto! (la mascota virtual que la
podés matar de hambre o de ganas de mear)… ¡Ojalá algún día se mezclase todo en
una “super-pelotudez-pequeña” que sacara un cepillo de dientes para combatir el
sarro a toda hora de un celular y que combinado con su fuerza vibratoria llegue
a zonas inaccesibles por el uso y cuidado de un cepillo normal!
El tiempo “inútil” del bondi (léase colectivo) nos transporta más
allá del viaje real, explorando otros rumbos que van y vienen, se entrecruzan:
unos van por paralelas que nunca se tocan con el viaje real pero lo reflejan,
mientras que otros lo aniquilan completamente como percepción al instalarse por
sí mismos como visiones relatadas. ¿Se imaginaría así antes con tanta
superposición de planos y comentarios consecuentes unos de otros y montados
todos en una secuencia difícil de captar como constante porque continuamente
evoca, como si se retrocediera la cinta en un grabador a cierto estadio del
monólogo y reclamara seguir desarrollándose desde allí hasta perder el hilo?
¿Será una influencia de la era del cine o no termina de engancharme el tetris?
(léase un video juego manual que lo podés llevar de acá para allá) Ni una ni la
otra, o las dos ¡Cuánto! Voy y vengo mientras estoy llegando, pienso en
Aristóteles cuando enumero y clasifico los planos y le creo a Platón cuando me
sumerjo en uno de ellos hasta encontrarle un principio, vuelvo a la trampa del
cuestionador-cuestionado con la esperanza de llegar a “La llave”, tan
esperanzado que me olvido del viaje a casa… ¡Y es que no es fácil escapar de
los narcóticos! Al paso del Riachuelo que divide Capital de Provincia me
acuerdo de María Julia que había prometido limpiar esas olorosas aguas
espumantes como vino fermentado. De frente, los provincianos de zona sur,
reunidos en la alegría de ser protagonistas sin roles cada vez que jerarquizan
su hombría por cuánta calle tienen, detrás los capitalinos, eclécticos,
desvariando ante el exceso de información, cultivándose bajo varios caldos de
cultivo porque se disponen a ciertos juegos de tolerancia: galanes cediendo el
permiso a los bohemios que sin proponérselo se encuentran intercambiando unas
palabras con las novias de los primeros, aunque calladas resultan estupendas y
no por ello necesariamente estúpidas, son esas que bailan toda la noche la del
“chocolate batido” mientras los más piolas juegan virtualmente al fútbol en “la
play” (léase /plei esteiyon/, máquina que te pasa video juegos por la tele)
Cuándo preparan los tragos alguien quiere escuchar música electrónica y otro
retruca que eso no es música ya que la computadora no es un instrumento, luego
de esa intervención que tras la joda termina casi en un quilombo, muchos se
asombran bajo el espontáneo apagón y de a poco se le canta el cumpleaños al
pibe del interior... tan querido por la rocker como por el hedonista ¡San Telmo
se pone de fiesta a troche y moche al tiempo en que los bonetes vuelan tanto
para chetos como para darks (léase oscuros, góticos) mientras Madonna suena de
fondo! Aprovechando ahora el grasa se pone a bailar “americano”, pero todos
estallan en felicidad al ritmo de “no me arrepiento de este amor” y así la
cumbia de Gilda se dedica a llenar los corazones. Más tarde las vedettes
organizan un trencito que levanta del sillón a los escuálidos y todos parecen
de una misma tribu donde los enyoguizados modelan movimientos bajo la carcajada
musical de los más dicharacheros… todos se mezclan como en un carnaval, allí
Banfield se abraza con Belgrano porque hay gente de Necochea y Tres Arroyos.
Santos Lugares conversa con Escobar desde Urquiza hasta Estados Unidos al
setecientos, aunque Vicente López pareciera no entenderse con Avellaneda, ambos
se ríen ante los chistes de Concordia, Entre Ríos. Finalmente Lugano y Paternal
hacen temblar las paredes con sus duelos coreográficos ¡Cuánto!
Ya en mi casa me dispongo a traspasar al papel, algunas de las
cosas que rescaté del viaje donde imaginaba (léase no sólo fantasear sino también
dejarse llevar por imágenes) todo lo que se gana siendo tolerante: comidas,
festejos, bailes y discusiones pero además calles y gente que arrastra nombres
de calles y localidades. Se me ocurrió creer que uno es como una de estas
últimas, y que entre todos se hace una gran ciudad hecha de recovecos, idas y
vueltas entre muchas paralelas y perpendiculares, con poco verde, un cielo
opaco por el humo de los coches ¡No hay una manera de ser en la ciudad si no
piensa en el precio del consumo! ¿Llevaré la mirada del viajante atraída por
las luces que a lo lejos se adivina su parpadeo y por eso van marcando mi
retorno? ¿Con la frente marchita de soñar? Me doy cuenta que es un soplo la
vida porque estaba la ventanilla abierta, no porque me pese la imaginería… Es real
que consuma tiempo, lo concentra, se vuelve extraño sobre todo cuando descubro
que mientras se conjugan relatos de lo que voy atrapando por la ventanilla,
algún tema musical suena de fondo… Son estos instantes colmados de
simultaneidad en que todo se detiene, pienso su gran valor aunque no
signifiquen nada. Devienen útiles y más elementales que cualquier otro
ejercicio mental, pero no deben ser permanentemente buscados, ansiados o
forzados, por su condición narcotizante ya que pueden generar abusos… por ello
los descubro cerca de la inspiración y lejos del ¡Cuánto!
Las luces que parpadeaban a lo lejos eran las del cartel de una
pizzería de Barracas, se me llenó la boca de agua pero no tenía hambre, odié la
intermitencia (léase lo parpadeante en el cartel) ya que por ella veía desde el
bondi a los cocineros amasar, salsear y presentar esos manjares italianos
recién hechos. Me dieron ganas de bajar pero me dije: ¡Cuándo llegue a casa lo
escribo así le hago desear a otro lo que sentí! Sin embargo no describí la
intensidad del deseo que me despertó ¿Y si pruebo con el coso para pasar CD?
Está medio roto, además el cablecito de los auriculares tiene algún problema
¡No, si lo cambié! Está en el coso la cosa, tengo que ir manoseándolo todo el
viaje adentro del bolso y la gente me mira raro ¡Eso que no tiene dos años y lo
pagué en doce cuotas! Ya se le venció la garantía… No sé, la cuestión es que no
leo porque me mareo, un mareo muy parecido al de la vez que fui al parque de
diversiones y terminé vomitando al tercer juego y todo el viaje de vuelta. Los
viajes largos son un embole porque empiezo dejándome llevar por la pantalla
(léase la ventanilla) y acabo filosofando acerca de la naturaleza del lenguaje:
cuando no me habla Freud a partir de Stanislavky me responde Marx desde Brecht…
¡Qué bueno, ya no me quedo narcotizado (léase el estado de inconsciencia
profunda que te provoca una droga) por ningún pensamiento o creencia! ¿Pero en
qué creo para crear? ¿Soy creado por mi creencia? ¿Cuál de todas? ¿Qué es la
inspiración?... Puedo ver muchos propósitos fermentándose al comprender que
llevo deseos artificiales ¡Cuántos veo!...
¡Cuánto! - ¡Cuánto! - ¡Cuánto! - ¡Cuánto! - ¡Cuánto! - ¡Cuánto! -
¡Cuánto! - ¡Cuánto! - ¡Cuánto! - (Léanse
cada uno con distintas entonaciones)
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