Venus de Cuarzo


Admito que la última vez que leí aquella hoja donde dejé impresa la tarde más puerca de mi adolescencia, tal vez por ansiada, no pude evitar secarme con ella usándola como trapo, destruirla entre mi ardor y la humedad de mis manos, chocarla contra las manchas que llegaron hasta el pecho. Y cuando ya arrugada entre mis dientes pude comenzar a narrar esa tarde según el poema irresistible que estuvo impreso en su cuerpo. Mis intentos de explicar las sensaciones fueron inútiles, quisiera dejar explicita la vivencia por la novedad de saber a las palabras vanas para reflejar la intensidad y a las imágenes lejanas tentaciones de lo que fue prohibido y excitante. No obstante me concentraré en ellas para describir placeres carnales detrás de un tesoro que me recuerda a su piel blanquecina cuando no era mía, y rosada por los roces donde aceitados con el sudor yacimos hasta el cansancio. Sobre mi repisa derecha, la del medio de las tres mirando desde la entrada de mi habitación, posa una dama en miniatura, sin brazos, desnuda apenas cubriendo su vientre. Su brillo se aprecia al contacto con la luz por la aspereza del cristal esculpido, pero es la transparencia casi lechosa característica del cuarzo lo que mejor traduce a Luciana en aquella tarde. De fuertes rasgos latinos Luchi era menor que yo aunque había conocido más revuelcos sabrosones, con ojos largos y color miel sobresalientes por sus pestañas, cejas depiladas cuales hilos finos, achocolatadas como su pelo lacio, sus labios carnosos con los que amenazó a mi boca entreabierta justo cuando su mirada rea se rindió ante los besos empapados que nos dimos, besos deseosos de saliva almibarada. A Luciana le gustó devorarme, me veía con curiosidad mientras besaba a mi amigo... La conocí en la estación de Tigre, mi amigo y mi novia la buscaban afuera, pero mi intuición la esperaba retrasada por lo que regresé a buscarla, jamás la había visto, la reconocí por su impaciencia y los dones que alguna vez le dio la noche. Fue una salida de parejitas en donde ella quedaría confundida por mi agudeza y yo por su... espontaneidad. Su tatuaje debajo de la columna vertebral y arriba de su cola revestida en glúteos firmes por donde descendían cortas pero delgadas piernas. Por aquel entonces mi amigo comenzaba a imitarme los gustos y no tuvo la mejor desgracia que pedirme que lo acompañara. A pesar de la aparente ingenuidad o dulzura de Luchi, no era una nena para enamorarse, tengo la sensación de reconocerles cierta magia a esas mujeres ávidas de nuevas aventuras porque no le temen al fuego, deslumbradas ante los enigmas. Ella era de las que sólo se les puede rendir culto entregándole el sable de la prudencia para desentrañar con suavidad los desenfrenados misterios que cada mes mancillan las puertas del más sagrado de todos los templos, del cual viene el hombre y sobre el que vuelve hechizado para hervir en los perfumes que emana la mujer. La primera vez que nos vimos dejé a mi novia sin saber por qué, la segunda tuve que adornar varias veces silencios de los presentes disimulando los halagos que me hacía, la tercera fue esa tarde en su casa ya sin mi amigo que había viajado a Brasil, nunca supe si él me solicitó para descubrirla o si estaba estúpidamente ciego, lo cierto es que la peor de sus desgracias fue extrañarla, pensarla, usarme de intermediario para decírselo ya que no la encontraba. Accedí confuso a su pedido, al día siguiente de la llamada desde Florianópolis el teléfono me pareció un abismo, me transformé en mensajero neutro resistiendo su tono de colegiala compungida por el desamor, asombrado por sus quejidos necesitados de afecto, superado por el anhelo de tenerme entre sus brazos y recorrernos despacio. El resto del relato se vuelve afrodisíaco después de los ciento diecisiete minutos de viaje fantaseando con diferentes poses al tiempo en que mi sexo se hacía más extenso... Llegué a su casa irritado por la emoción, al abrirme ambos hicimos un pacto por el cual no tuvimos ningún contacto. La mesa del comedor era un desastre entre apuntes, el equipo del mate y las sillas alrededor como si hubiera tratado de encontrar distintos ángulos para fijar mejor los contenidos de la materia que estaba estudiando.
-¿Qué rendís? – Pregunté como queriendo evadir su figura, pero no le gustó mi frialdad.
-No me saludaste – respondió orgullosa y besé su mejilla apresuradamente- me duele la pancita, ¿Serán los nervios? – y me llevó una mano al abdomen.
Me sentí desnudo, insoportablemente desleal si la acariciaba aunque tarado si me sentaba a ayudarle con el examen. Comprendí que sus nervios eran consecuencia de varios motivos, hasta no entender más nada porque mi cabeza estalló en mil pedazos, puede que mi mente de reptil se halla desbordado hacia el animal más sediento escondido en mis venas, todo en mí se endureció, tembló y adquirió calor, la ropa se volvió una molestia, mi brazo izquierdo me traicionó cuando esa mano mía subió hasta su busto, mientras con aquel la tomé de sus cabellos, los dedos índice y pulgar derechos se turnaron por voluntad propia para girarle el pezón aún sin haberle quitado la remera turquesa, me esperó sin corpiño, en ese momento mis facciones se volvieron primitivas y logré morderle el cuello cuando ya sumisa me recorría, con su nariz pequeña, la boca. Sus ojos quisieron cerrarse. Soñé, gozamos nuestro primer beso como si fuese caramelo hirviendo, esa tarde no pude dejar de recorrerle cada tramo de su cuerpo con el corazón hecho fuego. Le saqué la remera y el pantalón vaquero, muy ajustado por cierto, como si me estuviera muriendo, en ese instante revoleó sus sandalias perdonándome la desprolijidad y no pude más que reafirmar mi afán, sólo le quedaba su ropa interior... no dejé de jugar.
-Siéntese ahí – le ordené con tonos cálidos señalando la ventana más cercana a la mesa.
-¿Qué? – Aturdida como si le costara hablar. Miró los apuntes y entonces entendió mi propuesta.
-¿Tiene alguna intención de aprender? – Comenté al pasar cuando desvié la vista a sus pechos desnudos que bailaban saltando y bajando como gelatinas entre tanto se sentaba molesta. Me hubiera gustado tener lentes.
-Sí, pero no entiendo para que me sirve, prefiero aprobar y dedicarme a disfrutar de la vida ¿podrías ayudarme? -
-Por supuesto – lancé su remera para que se cubriera. Vi que las fotocopias eran ejercicios de ecuaciones donde había que despejar a “x”.
-Supóngase que uno de los números es un lunático que se esconde en el cuerpo de “x” ¿No le intriga saber cuál es? – Entonces mi rol de profesor se había configurado aunque ella se burlase graciosamente.
-Te ves tonto haciéndote el misterioso, esto es matemática ¿quiere que razone?... Mejor póngame la nota que necesito así descubro hasta dónde llego - Después de su sarcasmo se quedó sobre mi rodilla como dispuesta a resolver el valor de “x”. Tomó el lápiz y le susurré los pasos, cada vez que se acercaba más me gustaba, lo que la obligó a seguir.
-No nenita, el tres esta multiplicando lo que está entre paréntesis. Todo ese término se reduce a un número que pasa restando – me miró con odio, quizás ahora ella se sintiera burlada. Por un momento pudo concentrarse:
-Catorce, ahora lo multiplico con el tres ¿no? –
-Listo – le dije al verificarlo con su calculadora. Como un látigo su brazo despidió el decorado estudiantil de la mesa y con él mi omnipotencia, se derritió la vergüenza cuando llevé su mano al cierre de mis bermudas.
-Cuarenta y dos menos setenta y cuatro es veintidós, “x” vale veintidós – La combinación del juego y su cuerpo me enloqueció tanto que saqué como pude mi ropa pero me empujó, caí en la silla y sin reacción la descubrí sentada sobre mí.
-Vas a tener que practicar un poco más para eximirte – me repuse completamente erotizado. ¿Fue entonces cuando comenzó a moverse cual bailarina árabe contorsionando la pelvis? Su espalda contra mi pecho permitió que mis garras estrujaran con curiosidad sus senos mientras nuestras lenguas parecieron serpientes en llamas dentro de bocas fundidas por la desesperación. Me detuve para mirarla, mis dedos ingresaron en su sexo instantáneamente, bajo el pudor me hundí en su mar y en olas espumosas me envolvió hasta adueñarse de mi cuerpo para que el rayo ante el remordimiento del cielo golpee sobre la tierra, la lluvia inundó nuestra sed. Su bombacha llegó a las rodillas cuando la tomé del cuello y apoyé su cara contra la mesa, bañados en sudor sus glúteos rozaron lo que de ocaso tuvo la tarde contra mi pelvis... yacimos hasta agotarnos. Nos desprendimos al anochecer, tal vez fue cómplice de aquel hurto que hoy es tesoro y recuerdo... sobre el mueble donde cayeron mis calzoncillos encontré una estatua en miniatura que me llevé sin permiso, inspirada en la diosa más obscena recuerdo a Luchi en mi “Venus de Cuarzo” erguida sobre la repisa, y esta re-escritura que la inmortaliza. 

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